Y quedé prendado de ella
al solo escuchar su voz
llamando mi nombre
Sus palabras salían, solas,
cada una de ellas acariciaban mis oídos,
las mías, casi mudas ante su belleza
Al despedirme, fui cobarde, nada
ni un apretón de manos,
ni un beso en la mejilla,
solo despedirnos por siempre,
porque es prohibida.